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Aprender a bailar con el péndulo

La pregunta que nace entre triskis y silencio
Hoy me hago esta pregunta desde un lugar muy real: mis hijas y mi pareja están en la Warner, yo llevo todo el día trabajando, he comido triskis y un sándwich frente al ordenador, con las migas en el regazo y el silencio de la casa que lo llena todo. Lana, mi perra, duerme cerca, como si también supiera que hoy hay algo que pensar. Y en medio de este día tan poco instagrameable, aparece la pregunta: ¿se puede ser una madre consciente y espontánea al mismo tiempo?
Creo que sí, pero no es fácil. A veces queremos hacer las cosas tan bien, tan desde la presencia, el respeto, el cuidado, que nos volvemos tensas, medidas, casi sin darnos cuenta. Como si tuviéramos un palo que nos impide movernos con soltura. Otras veces, nos vemos reaccionando con un grito, una huida, una respuesta que ni siquiera reconocemos. Y entonces sentimos que el péndulo ha ido al otro extremo. Como decía hoy, riéndome de mí misma: me veo a veces madre-palo y otras madre-secuestro amigdalar. Y según el día, me identifico con una, con la otra...o con todas las madres que hay entre medias a la vez.
Para llegar al centro, el péndulo ha de moverse
Y ese movimiento, aunque duela, aunque nos confunda, es el que nos permite ajustar, aprender, afinar. Con la experiencia y el trabajo personal, el péndulo va teniendo un recorrido cada vez más corto, pero quizás, en una vida humana, nunca llegue a parar. Ni falta que hace.
Las expectativas de la maternidad
La rigidez, creo, no aparece sola. A menudo viene acompañada del juicio: del ajeno y, sobre todo, del propio. También de la necesidad de control. Cuando queremos que todo sea de una determinada manera, incluso desde la mejor de las intenciones, podemos acabar proyectando en nuestros hijos una imagen ideal de cómo deberían ser. Recuerdo el primer libro que leí de Carlos González, en el que hablaba de esos niños adorables fruto de una crianza con apego. Y me di cuenta, con el tiempo, de que sin querer me había formado una idea de lo que mis hijas "deberían" ser.
Pero desde el respeto verdadero, no se puede moldear. La intención importa, sí. Pero también hace falta mirarse una misma, con honestidad, y dejar de proyectar. Porque los hijos no están aquí para cumplir nuestras expectativas, ni siquiera las que vienen disfrazadas de amor. Están aquí para ser ellos. Y respetarlos es también dejar espacio para ser.
A veces, cuando sostenemos demasiado el control, es el propio cuerpo quien dice: basta. Porque nadie puede vivir desde la rigidez constante sin romperse. Y cuando eso ocurre, muchas veces pasamos al otro extremo. El control también mueve el péndulo.
Criar desde el movimiento, no desde la perfección
Quizá criar desde la consciencia sea precisamente eso: aprender a bailar con el péndulo. Saber que el equilibrio no es un punto fijo, sino un movimiento continuo. Y que ser madre no es ser perfecta, ni sabia, ni paciente todo el tiempo. Es también ser humana. Con triskis, con prisa, con ganas de llorar y de reír a la vez.
Y en medio de todo eso, hay algo que se parece mucho a la verdad.
Artículo escrito por María Abio