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Identidad y literatura infantil: el arte de no corregir

La literatura infantil tiene una capacidad inmensa para abrir mundos, para poner palabras a lo que cuesta decir, para sostener preguntas sin responderlas. Justo por esa potencia, merece una lectura atenta: no todo lo que se presenta como transformador lo es en realidad, y algunos mensajes pueden entrar con suavidad, sin que nadie los nombre, pero dejando huella.
Hay libros que acompañan, que permiten ser, que cuidan. Y hay otros que, aun con buena intención, refuerzan ideas que pueden limitar. Lo hacen a veces desde la ternura, desde el humor o desde el afán de educar. El reto está en afinar la mirada y cultivar una lectura más consciente, que nos permita reconocer los mensajes que acompañan y diferenciarlos de los que limitan.
¿Qué mensajes sutiles pueden colarse en algunos cuentos?
Hay libros que hablan de autoestima, pero en realidad dicen: “Deberías sentirte mejor contigo mismo”. Libros que promueven la diversidad, pero siempre a través de protagonistas que destacan, que brillan, que cambian al grupo desde su diferencia. Otros otros que "favorecen" el desarrollo de la identidad: “Puedes ser tú mismo”, pero sólo si lo que eres resulta amable, valiente o útil. Libros con aparente pespectiva de género, que en lugar de romper estereotipos de genero, presentan niñas valientes, líderes, científicas o exploradoras generando así nuevos ideales de perfección que también encorsetan.
Algunos libros que transmiten este tipo de mensajes, lo hacen de forma explícita, y en estos casos podemos identificarlos con más facilidad, podemos cuestionarlos, darles la vuelta, abrir con ellos un espacio de reflexión compartida. El problema aparece cuando el mensaje es tan sutil y está tan encubierto que pasa desapercibido: entonces cala sin avisar, se instala sin resistencia.
Con este tipo de mensajes, la identidad se va encajonando en modelos deseables. Y cuando niñas y niños no se ven reflejados , cuando lo que son no entra en ese molde, llega la desconexión o la duda sobre su propio valor.
Estos mensajes no siempre son evidentes. Pueden aparecer envueltos en buenos modales, ejemplos positivos o finales felices que lo dejan todo resuelto:
- Que para ser querido hay que agradar.
- Que las emociones deben controlarse, y rápido.
- Que lo que sientes importa menos que cómo te comportas.
- Que lo valioso es lo extraordinario, no lo común.
- Que puedes ser diferente… pero simpático, bonito y funcional.
Sin darnos cuenta, estos mensajes van calando e instaurando la creencia de que, para ser valorado y querido, hay que cambiar, corregirse, encajar. No porque el cuento lo diga abiertamente, sino porque lo insinúa con sutileza. Y esa es una herida silenciosa difícil de sanar.
¿Qué buscamos entonces en los libros que ofrecemos?
Libros que acojan. Que reconozcan la complejidad de sentir y de ser. Que den espacio a las contradicciones, a lo común, a lo que no brilla. Libros que no corrijan, que no edulcoren, que no clasifiquen.
Libros que digan: "Así como eres, está bien". Aunque no seas fácil. Aunque no seas brillante. Aunque no sepas aún quién eres.
La identidad necesita respeto, no dirección
La literatura puede ser un refugio o una imposición. Por eso es tan importante elegir libros que no pretendan enseñar cómo ser, sino que acompañen lo que ya somos, aunque esté en construcción.
Los verdaderos aprendizajes no nacen del ejemplo impuesto, sino de las preguntas que se abren cuando un libro respira con quien lo lee.
Y ahí, justo ahí, empieza algo verdadero: no una transformación, sino el permiso para ser sin tener que cambiar.
¿Y si empezamos a leer los cuentos también con esta mirada?
¿Y si, en lugar de buscar libros que enseñen, elegimos los que acompañan?
Ahí está la clave.
Ahí empieza el cuidado.
Por María Abio